Visión Budista del Sol en la casa 2.

   El Sol en la segunda casa estimula la identificación con el mundo material. Si uno no está atento al poder de la asociación, las posesiones pueden llegar a dominar los intereses personales. Las posesiones materiales se vuelven los objetos definitorios del prestigio personal. Esto no tiene que ser un problema para el individuo espiritual, porque el entorno físico se convierte en su mandala. Mandala significa círculo en idioma sánscrito. Es un símbolo místico que representa un diagrama ideal del universso. Los practicantes del Budismo e Hinduismo, entre otras religiones, lo utilizan como una imagen que ayuda para la meditación. Los objetos que osee crean una influencia positiva y estimulante sobre todos. Por el contrario, si la conciencia sobre la transitoriedad o impermanencia en la persona es débil, predominará una actitud materialista limitante.




   Los budistas practicamos meditaciones sobre la Impermanencia personal y la naturaleza dolorosa del apego para contrarrestar cualquier tendencia a aferrarnos al lado material de la vida, con el propósito de equilibrar las necesidades materiales y espirituales. Una vez que estabilizamos ambos polos podemos utilizar las posesiones materiales sin mayor riesgo frente all desencanto.

   El uso de objetos rituales y la consideración de su significado propician un ambiente favorable. La vida espiritual con frecuencia se manifiesta a través de estos símbolos, y el Sol en la segunda casa sabe aprovecharlos. En esencia, el individuo espiritual hace del mundo material una manifestación de sus valores espirituales.

   A continuación dejo un texto de Tai Situ Rimpoché sobre la Impermanencia:
 Todos los fenómenos compuestos son impermanentes Todo lo que ha llegado a ser a través de 'causas' y 'condiciones' es impermanente, no solo en el sentido de que algún día tendrá fin, sino porque además está transformándose de manera continua. El nacimiento se acaba con la muerte, lo bueno con lo malo, lo malo con lo bueno, la compañía con la separación, la creación con la destrucción y cualquier tipo de orden con la desorganización. Dice Milarepa:

"¡Impermanencia, impermanencia! ¡Nada hay que tenga esencia duradera!" Nada en el mundo del samsara tiene un ser permanente. Para comprender esto, fijémonos en el platanero: si le quitamos la primera capa, aparece otra; y si le despojamos de esta segunda, aparece una tercera; y así sucesivamente, hasta que llegamos a su centro... y descubrimos que es un puro hueco, no hay nada. De igual forma, en el samsara, vemos 'cosas' y creemos en ellas, y fundamos en esa experiencia los conceptos de 'yo' y 'mío'; sin embargo no hay más que ilusión, porque nada es sólido y estable, nada permanece. Una manera de entender cómo la percepción ilusoria puede ser tomada por real es lo que sucede con los ríos. Si miramos desde un puente, vemos las ondas en movimiento, cabrilleando al sol. Volvemos al día siguiente y la percepción es la misma; incluso al cabo de un año el río mostrará idéntica apariencia. Sin embargo, como el río es una entidad compuesta por agua en movimiento, no permanece igual a sí mismo ni un solo segundo, y el agua que vimos ayer está ya en estos momentos en el océano. A pesar de ello, la impermanencia no ha de quitarnos la esperanza, al contrario; tal como lo ve Santideva en el Bodhisatvacaryava-tara:

"Usando el barco de la preciosa existencia humana, podemos atravesar el poderoso río del samsara".

Para ello hay que oír una vez más las instrucciones de Milarepa recordándonos que "No hay tiempo que perder, puesto que la vida es un proceso de destrucción constante". Billones de elementos potencialmente destructivos están al acecho para lanzarse sobre nosotros. La vida es frágil como una pompa de jabón e impredecible como la llama de una vela junto a una corriente de aire. Preciosa pero frágil, así es la existencia humana.

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